Estaba feliz comiendo unos cacahuates con pepitas en el Barceló de Playa del Carmen, escuchando a mi querido amigo Miguel Angel Guardado. Me platicaba sobre todas las peripecias y el trabajo que habían realizado él y su equipo para mantener este «pequeño proyecto» de casi 5,000 cuartos durante esta pandemia.

De repente se me atoró una pepita entre los dientes y al intentar sacarla, se vino con todo y muela. Fuí al baño y frustrado vi el tremendo hoyo que me había ocasionado esta fractura. Me parecía increíble que una pepita pedorra hubiera podido hacerme tanto daño.

Un par de días después en el dentista, me comentaba el doctor que de hecho prácticamente él y sus colegas ya no estaban viendo muchos temas de caries. Pero lo que si veían eran muchos casos de coronas y dientes que se fracturaban. Era el estrés que sin querer queriendo nos va desgastando dientes, ánimo y demás.

Por supuesto que no lo digo en tono de víctima ni de derrotismo. Pero sí quiero hacerme notar que se acumula esto de la nueva realidad. Me parece lastimoso y terrible el que nosotros mismos y el entorno nos  estemos lastimando paso a paso así. Estaba lleno de sentimientos contradictorios. Por un lado apenado con mi cuerpo. Le decía que le pedía disculpas por tenerlo así. Entendía que me entendía, pero que de alguna manera tenía que quedar bien con él y cuidarlo. Como muchas veces ocurre, le prometí el cielo y las estrellas. Pero ahora sí me puse serio. No quería mas muelas ni coronas ni otras cosas internas que se rompiesen o fracturasen.

Me parecía que era un buen aviso, una buena luz amarilla que me volvía a avisar que tuviese cuidado. Que cuidara un mucho más a mi cuerpo querido y que fuera dulce, tierno, apapachador y cuanta palabra reconfortante más con él. Le pedía que tuviese paciencia y que finalmente lo necesitaba para seguir en esta travesía, en esta batalla, en esta experiencia tan increíble.

Me daba cuenta de otros signos delatores. Dolor de mandíbulas, exabruptos en el carácter, mayor intensidad que la usual, menor paciencia y demás.

Por otro lado, estaba terminando un curso de 7 días con el Dr. Joe Dispenza para reencontrarme conmigo y con Él. Y me daba cuenta como había sido en el momento preciso, precioso y perfecto. Así como pasan tantas cosas en nuestras vidas.

El viaje continúa, el observador está mucho mas consciente, mas conectado y listo para lo que sigue.

Te deseo que cuides mucho a tu «vehículo precioso», a tu cuerpo que en esta dimensión te necesita muy enfocado, muy atento y muy amoroso.

Buena semana,

Jorge Oca