Ecco y el momento presente.

Ecco estaba desolado. Era uno de los cuatro delfines que estaban “invitados” a uno de los delfinarios de la zona de Playa del Carmen. De los cuatro preciosos animales, era el único que había nacido y estado en el mar; en la libertad. Cuando aún tenía tres años, se había enredado en una red de pescadores y se había golpeado muy fuerte en la cabeza con uno de los dos barcos que jalaban las redes. Lo habían rescatado, atendido y recluído en un delfinario.

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Ecco había sufrido muchísimo. Había extrañado de manera muy intensa y casi insoportable a su familia. A su madre, a sus tías y a la manada. La separación le había roto el corazón. Luego sus heridas físicas y la comida que le daban lo habían forzado a adaptarse y a querer estar cada día mas fuerte y sano. Su ilusión máxima era regresar al mar. Él sabía que estaba muy cerca, pero ya desde hace varios años casi se había hecho a la idea de que no podría regresar. Sus compañeros eran otra historia. Todos habían nacido en cautiverio. Eran hijos e hijas de delfines que ya estaban en los delfinarios. Sus vidas eran mas tranquilas porque estaban acostumbrados a esto. A nadar entre cuatro paredes, a ser atendidos y apapachados por sus entrenadores y a convivir con tanta gente que venía, se metía al estanque y convivía con ellos. ESA era la parte que los mantenía cuerdos. Eran momentos en donde sus corazones se llenaban de energía amorosa y muy cálida.

Ecco y sus primos, así les decía, vivían para eso. El contacto con las personas era de lo mas llenador, satisfactorio y placentero. Vivían para eso y por eso.

Hasta que un día dejaron de venir los humanos. Algo pasó afuera que de repente las largas filas desaparecieron. Su presencia se extrañó y sus caricias faltaron. Ecco pensó que se volvería loco y que su corazón se desmoronaría en cualquier momento.

Es cierto que empezaron a entrar algunos empleados de los desarrollos y que los hicieron no perder la razón, pero fueron momentos casi imposibles de soportar. Los corazones de los delfines sufren y lloran como los nuestros. Así que Ecco y sus compañeros saltaban con todas sus fuerzas y caían fuerte sobre sus costados para intentar mitigar esos sentimientos.

Poco a poco la gente empezó a regresar y los delfines comenzaron a alinear sus corazones. Ecco agradecía el estar vivo, el tener a la gente de regreso. Eso si, extrañaba mucho al mar. Al profundo, increíble, bello e inmenso mar. Lleno de sus cardúmenes, de su familia y de tantas maravillas que ahí existían.

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Ecco aún recordaba como su madre le contaba cuentos de los humanos. De como algunos de ellos vivían encerrados en sus ambientes. De como sus mentes los torturaban y hacían sufrir. De como algunos de ellos habían «nacido mentalmente encadenados». De como tenían que trabajar y luchar mucho por ver todo lo que sí tenían y no todo aquello que les faltaba. Su mamá le decía a Ecco de como el sentimiento de escasez  los hacia vivir tan tristes, tan llenos de miedo y demás.

Ecco veía como otro grupo de seis humanos se metía a la piscina y su corazón saltaba de contento. Esto es lo que había aquí y ahora. Y eso, le hacía muy feliz.

Buena semana y saludos a todos los ECCOS del mundo que andamos luchando por vivir disfrutando del presente. De ese momento divino que a veces cuesta tanto vivir y disfrutar.

Jorge Oca

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