Catalina

Estábamos en una de las tantas barrancas en la zona de Barrancas del Cobre, cuando nuestro guía nos preguntó que si queríamos ir a conocer a Catalina. Le dijimos que sí y caminamos unos minutos hasta estar parados sobre una gran roca ante una vista espectacular.

«¿Y dónde está Catalina?», le pregunté al guía. «Estás parado en el techo de su casa», me contestó.

Así que bajando por un pequeño sendero llegamos a una pequeña puerta de lo que era la cueva/casa de Catalina.

Nada me preparó para lo que siguió a continuación. Esta mujer me tomó de las manos, me vio fijamente a los ojos, me tomó de la cabeza e hizo que me inclinara. Revisó con sus dedos una pequeña herida que tengo en el coco desde hace tiempo y luego me pidió que pasara a su casa.

Tardé unos instantes en acostumbrarme a la penumbra y pude ver una pequeña estufa de leña que preparaba lo que sería su comida. Un pequeño catre en donde dormía junto con su marido y una mirilla de unos 10 centímetros de lado que veía hacia la espectacular barranca.

Me sentó en el catre, me pidió que abriera mi boca y metiendo su dedo indice comenzó a palpar mi paladar. Luego me tomó firmemente de los hombros y se puso a decir unas frases en una lengua ininteligible. Luego sonrió, me abrazó y me dijo : «Cuídese mucho, va a estar bien».

Además del abrazo, me dijo qué tenía que hacer con la herida, y luego siguió con Marie mi mujer y la sentó en un banquito porque tenía que arreglarle un malestar estomacal que efectivamente tenía desde hace algunos días. La gran Catalina no sólo no nos cobró sino que nos llenó de su cariño y de su amor. Estaba feliz de tenernos en su casa y de poder hacer algo por nosotros.

Vendía algunas cositas de artesanía a unos precios ridículos para subsistir. Pero su verdadera pasión, misión o cómo le quieras decir era atender y darle su amor a los demás. Sus pertenencias podían ser contadas en menos de un minuto. No tenía ni cuentas de inversión en ningún lado, ni propiedades, ni nada «que los otros acumulaban». Su vida era más que plena.

Desde aquí extraño su abrazo, su interés desinteresado y su seguridad cuando me dijo: «Vas a estar bien». Le envío mi cariño y mis oraciones.

Supongo que todos tenemos «una Catalina» dentro de nosotros. A ese ser amoroso que brilla increíblemente cuando se dedica precisamente a eso; a amar a los demás. Me queda claro que este mundo en el que hemos crecido y creado no necesariamente nos permite  que esta Catalina emerja cuan grande es.

Nos deseo que esa Catalina interna, que es nuestra esencia, pueda salir, brillar e iluminar las vidas de los demás.

Bonita semana,

Jorge Ocaranza Freyria

 

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