El Cóndor que daba pretextos.

La madre estaba decidida. Lo supo desde que vio lo que le sucedió a su parienta. No podía dejar de no hacer nada. No se imaginaba todo lo que vendría.

La madre era nada menos que un cóndor argentino. Ese año había sido un año con un muy buen clima y había puesto un huevo. Llevaba casi tres años de no poner uno y ahora era bendecida.

El tema es que su amiga de la cornisa azul, había puesto también un huevo y hoy la había visto enredada y muerta en una de las alambradas de la estancia. ¡Qué mala suerte! ; enredarse y morir también con las temibles púas ! Qué horror !

Como siempre había sido todo un manjar comer carne de cóndor. Suerte que tuvo de haberla visto antes que los demás. Esa media hora de ventaja fue un verdadero regalo del cielo.

Ella se ocuparía del huevo. Su instinto era demasiado fuerte para ignorarlo y no hacerle caso. De inmediato decidió que el otro nido era mejor. Sorprendentemente llevar a su huevo al otro nido fue más fácil de lo que hubiera imaginado. Ese objeto con asas que encontró en el basurero del río del burro ahogado fue mas que perfecto.

Nacieron dos polluelos; uno macho y otro hembra. Aunque pensó seriamente en matar al macho y dedicarse en cuerpo y alma a la hembra, no se atrevió. Fue el reto más grande de su vida cuidar y alimentar a sus dos condorcitos.

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Muchas veces estuvieron a punto de morir de hambre los tres, pero el destino siempre proveyó de carroña suficiente para la familia. El momento clímax fue cuando la mamá le robó un buen trozo de guanaco a la puma de los tres picachos. En ese momento, supo que todo saldría bien.

También supo que todo sería muy complicado con sus hijos. Salieron completamente diferentes. La verdad es que ella había contribuido a que así fuera.

Mientras la hembrita habría aprendido a volar casi de inmediato, el machito tardó días en atreverse y finalmente volar. Claro que ella no había dejado de alimentarlo y eso no ayudó para nada. La hembrita le había suplicado que lo dejara de alimentar pero como le había costado trabajo no hacerlo.

Él solo daba pretextos y más pretextos. Así se acostumbró y se volvió un experto en evadir, darle la vuelta y no hacer bien todo lo que un cóndor debe hacer.

La sociedad de cóndores lo descubrió y repudió naturalmente. Pero la mamá siempre intercedió y no lograba que simplemente se dedicara como su hermana a hacer lo que tenía que hacer y hacerlo bien. A dar resultados y no pretextos.

Hasta que llegó ese año terrible en donde todo se complicó y nada más no había comida.  Muchos cóndores murieron. Aunque sirvieron de algo para que los demás comieran, ya estaban en los huesos. Los jóvenes emigraron  y la hembra por no poder separarse del hermano, se quedó a cuidar de él.

Casi les cuesta la vida a los dos. Milagrosamente una muy buena termal los llevó muy, muy alto y de ahí llegaron a las zonas selváticas del noreste de los Andes y encontraron suficiente comida para sobrevivir.

¿ Eres tú de los que dan resultados o das – y te das – más bien pretextos ?

¿ Te has vuelto un profesional en hacerte guaje tú solito en algunas áreas de tu vida?

¿ De quién es la culpa de que seas así?

¡¡Vamos equipo!!

JOF

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