Un Señor tenía muchos hijos. Los quería con su vida y su único deseo era que sus hijos fueran felices, vivieran en paz y con abundancia. Les tenía un jardín para que pudieran salir y hacer lo que quisieran.
Los hijos podían escoger cualquier juego que quisieran jugar dentro del jardín. Había lugares para todo. Lugares para estar felices, lugares para estar preocupados, para estar asustados y hasta tristes. Al Padre no le importaba mucho a lo que jugasen sus hijos. Les daba plena libertad y dejaba que hiciesen lo que quisieran. Al final del día, ellos regresarían a casa y los arroparía en la noche. Eso estaba garantizado. Lo que pasara en el día era plena responsabilidad y decisión de sus hijos.

Un niño podría jugar a estar feliz, a estar agradecido y a crear. A partir de esta creencia crearía precisamente eso; abundancia, plenitud, felicidad, salud, paz. Cualquier tema que agradecía, se proyectaba y creaba en SU JUEGO.
Otro niño podría estar jugando desde el temor. A partir de ese temor, proyectaría escasez, miedo, dolor y enfermedad. Por alguna misteriosa razón, algunos hijos escogían – inconscientemente por supuesto – jugar estos juegos. Pasaban largas horas con sus caras largas, con sus corazones preocupados, dolidos y lamentándose todo el tiempo. Su Padre no entendía el porqué escogían estos juegos, cuando podían pasar el día riéndose, jugando, disfrutando y demás. Sus hijos podían escoger siempre el tipo de juego que jugarían.

Entendía que algunos de sus hijos se «habían ido con la finta» pensando que no podían jugar y crear el juego que quisieran. Sabía que algunos de los compañeros de juego les habían hecho pensar desde pequeños que el resultado del juego dependía de si ellos eran “buenos” o “malos”. A muchos, desde pequeños los habían hecho creer que no eran seres maravillosos, seres divinos y que podrían crear el juego más pleno, más bello y más abundante en todos los sentidos. Ellos venían del Padre maravilloso. Lamentablemente habían aprendido bastante bien a jugar el juego de la escasez, del miedo, de la enfermedad y de la soledad.

El Padre les había dado la posibilidad de jugar desde el Amor. Ese juego en donde jugaban y se conectaban de una manera que los hacía brillar, disfrutar y pasársela francamente bien. Ese juego que ayudaba a otros niños a que la pasaran mejor. A que su tiempo generara más de lo que de verdad les gustaba.
Sus hijos podían escoger siempre el juego que quisieran y vivir en la parte del jardín que decidieran. Su día dependía de ellos, no de su Padre.
Todo aquello que quisieran y que creyeran lo crearían. Curiosamente cuando pidieran o suplicaran, lo harían desde una zona del jardín de escasez y entonces lo que generarían en su juego, sería mas de eso.
Jugar a partir del agradecimiento es jugar desde el punto en donde ya lo tienes, ya existe y se genera precisamente más de eso.
¿Qué juego quieres jugar?
¿Cómo quieres vivir en tu jardín?
Toma Control de Tu Juego.
Finalmente es TU JUEGO.
Abrazo
Jorge Oca