Había una vez en un día soleado varias nubes. En ese día en particular, las nubes tenían un tamaño diferente. Lucía, una de las tres nubes, estaba plena, grande y rozagante. Se encontraba junto a Rocío, otra nube, que ese día no necesariamente la estaba pasando bien. Rocío estaba a la misma altitud que Lucía.
Justo abajo, Martina, una nube como ellas, estaba a menor altitud y ese día tenía un menor tamaño. Por las razones que sean. Como esta nube estaba abajo de las otras, el sol no la iluminaba ya que las otras dos nubes le bloqueaban el sol. En esos momentos, Martina se veía gris, medio negra y de menor tamaño que sus hermanas. Era sin embargo, una situación totalmente del momento y pasajera. Para cualquier observador, ella parecía obscura, sin luz y pequeña. Cualquiera juzgaría rápidamente que era una nube «pedorra», «de segunda», «traumada» y con problemas evidentes.
Nada mas alejado de la realidad. Simplemente había perdido algo de vapor de agua y el sol no la hacía brillar como muchas otras veces.
Solo bastaba que con el tiempo, sus hermanas se movieran naturalmente y el sol la alcanzara. Su tamaño cambiaría como siempre lo hacía. Ella lo entendía y por eso era feliz y vivía en paz.
Rocío, la nube que no la pasaba bien, tenía problemas de percepción. Aunque su madre alguna vez le había dicho que eran problemas de proyección.
Le había dicho: “Rocío tu percepción viene de lo que tu proyectas”.

La mera verdad es que Rocío no le había entendido bien y por mas que lo pensaba, no llegaba a captar lo que su madre le había querido transmitir. En cambio, Lucía era básicamente feliz. Le encantaba cuando el sol la iluminaba y la hacía brillar de manera increíble. Cambiaba de forma, pero seguía siendo la misma nube; buena, agradecida y «disfrutadora».
Sabía que habría días en donde el sol no la haría brillar. Entendía que hay épocas así. Se esforzaba en no olvidar lo que era y que el sol seguía esperando alcanzarla y hacerla brillar. De hecho, hasta disfrutaba más su brillo después de una temporada de obscuridad. Su tamaño la tenía sin cuidado. Finalmente daba igual. No era competencia. No ganaba o perdía nada. Rocío daba gracias por ser nube, por poder brillar, por poder transmitir la lluvia, la abundancia y por el Sol que siempre estaba ahí para ella.

Que «tu nube» brille y haga brillar a los de junto.
Que cuando «tu nube» no brille, recuerdes que el Sol está arriba, siguiéndote, esperando alcanzarte y darte su luz y su calor.
Te deseo que vivas una vida agradecida siendo nube. Brillando, generando abundancia y caminando y sirviendo a las nubes con las que que te tocó viajar.

Un «abrazo nebuloso»,
Jorge Oca