Este fin de semana estaba haciendo «snorkeling» en la costa de Guerrero. Después de jugar con algunos pececillos y ver algunas formaciones de corales, me puse con unos amigos a nadar paralelos a la costa.
Supongo que siempre tiene uno un espíritu aventurero y joven. Así que nos propusimos seguir nadando hacia la siguiente pequeña bahía. Y luego a la siguiente. Hasta que llevábamos un par de horas de nadar.
Nos quedaba como medio kilómetro para llegar a una playa que conocíamos bien. Una playa llena de arena y con unos cocoteros muy grandes. Esa playa era todo un espectáculo. Estaba franqueada por dos formaciones rocosas y eso evitaba que la gente acudiera desde otras playas. O llegabas nadando o entrabas por la carretera.
El tema de llegar nadando tenía su chiste. Los bajos y bancos de arena en el mar normalmente provocaban que olas bastante grandes rompiesen majestuosas y luego llegasen tranquilamente a la paradisíaca playa.
Cada centenar de metros dejábamos de nadar y «le echábamos un ojo» a las olas que rompían en la playa. La verdad es que desde nuestra posición, las olas se veían francamente normales si no es que pequeñas.
Sabíamos sin embargo, que grandes olas se formaban ahí.
Así que, poco a poco nos fuimos acercando y comprobábamos que todo estaba «tranquilo «. Hasta que no lo estuvo. Una descomunal ola nos atrapó justo en el lugar de «no regreso». Cuando ya estábamos más bien fuera que dentro. Pero aún no en una “zona segura”. Justo en el lugar en donde no quieres estar. Y que te estabas cuidando de que no te pasara.
Yo había tenido una experiencia muy fuerte de joven con unas olas muy grandes. Así que aún estaba en una zona en donde nadando furiosamente hacía el mar logré esquivar a la serie de olas. Mi excesivo cuidado y recuerdo claro del pánico que algún día tuve me sirvió para salvarme por nada.
Mis partners no tuvieron la misma suerte. Algo más “descuidados” se habían adelantado más justo en esa zona.
La ola los revolcó y zarandeó. Y como siempre lo primero que vieron venir, fue otra ola igual de grande que la anterior. La adrenalina, la previsión de tener aletas y un poco de suerte les permitieron salir nadando hacia mar adentro. Sintieron un gran miedo, pero afortunadamente lograron sobreponerse y sacar fuerza mental y física para salir nadando hacia el mar. No había de otra.
¡Que error tan grande de perspectiva tuvimos!
Cuando nadábamos hacía la costa, las olas que reventaban se veían como olas realmente pequeñas. Ya en el lugar en donde reventaban eran unas olas enormes. Estando ahí donde reventaban eran unas verdaderas montañas de agua que avanzaban a toda velocidad.
En este caso sabíamos que podrían haber olas enormes y nos fuimos convenciendo de que eran pequeñas. Estábamos cansados de tanto nadar y ya queríamos llegar a la playa. La perspectiva que teníamos nos ayudó a no ver el problema. Parecía que no queríamos verlo. Hasta que fue muy tarde.
En mi caso, mi experiencia anterior me ayudó a ser más precavido y a no haberle hecho tanto caso a la perspectiva que “veíamos como grupo”. Casi me toca. Casi me vuelve a tocar.
Me queda claro que tenemos que escuchar a esa vocecita que dentro de nosotros nos dice que tengamos cuidado. Por otro lado, si te llega a tocar estar en un lugar y en un momento en donde no querías estar y que tu o alguno de los tuyos pueda estar en peligro; mantén la calma.
La salida está muy probablemente para donde sepas que tiene que estar. Respira. Nada. Patalea. Pide ayuda cuando se pueda. No dejes de hacer lo que tienes que hacer. El mar tranquilo sin olas te espera adelante. Piensa en eso y no en otra cosa.
Me quedo con estar muy atento con la perspectiva de las cosas. Con seguir a mi instinto y con estar tranquilo y respirar en épocas de revolcadas, zarandeadas y cuando apenas y puede uno tomar aire.
Buena semana
JOF