Siempre me ha tocado dar el ejemplo. De chico en la escuela con las calificaciones. Luego en el trabajo. Con los amigos también. Con el tiempo se convirtió en un tema competitivo. Ganar; ser el mejor.
Así que cuando éste sábado fui con unas sobrinas y una hija a correr al bosque de Tlalpan supe que estaba en problemas. Las tres acababan de hacer un pequeño triatlón y cuando empezaron a correr las vi como se movían como gacelas ligeras y veloces.
Mi cuerpo rechinó y las coyunturas se quejaron por el ritmo que tomamos en una pequeña subida al inicio del recorrido.
De inmediato el tema ya no era ganar sino tratar de llegar no tan lejos de ellas a la meta.
Mi cerebro buscaba a velocidad de Infinitum algún pretexto creíble para bajar el ritmo a un trote lento. Por otro lado mi orgullo se imponía y le exigía a mi puerquecito que se aplicara.
¿Finjo una luxación repentina y llamo a la patrulla del bosque para que me baje cargando? ¿Me paro y digo que acabo de recordar que tengo que hacer una llamada realmente urgente?
En lugar de seguir por el circuito inferior, las invité a que subiéramos por la ladera de la pequeña montaña hasta el mirador. De ahí bajaríamos por un camino relativamente plano.
Mi orgullo hacia qué no bajará mucho el ritmo de subida y mis tres chiqui-gacelas me rebasaron después de algunos segundos de la subida.
Siguieron a un ritmo asesino y mi corazón bombeaba cada vez más rápidamente. Mi respiración se aceleraba en serio y trataba de no quedarme atrás. Recordaba como en esa subida habíamos corrido casi hasta la cima de jóvenes.
El sudor apareció en chorros preciosos y el espíritu de ratón que uno siempre tiene escondido por ahí quería salir y determinar una parada de 10 minutos para recuperar el aliento, las palpitaciones y el orgullo.
Ya casi perdía de vista a las niñas y no daba crédito de lo poco que mis sesiones de ejercicio de casi diario me habían servido.
En momentos como estos es cuando la escurridiza humildad aparece y te hace darte cuenta de los excesos y sobre todo de lo que te hace falta por hacer para estar mejor.
Minutos después llegué al mirador en donde las primas se tomaban selfies y me animaban a seguir.
😩😩😩
Cuando vieron mi cara colorada, sudorosa y que casi no podía hablar, las niñas fingieron que la subida estuvo muy pesada. Que les había faltado aire y que se sentían mareadas. Mi hija hasta dijo que había visto lucesitas.
¿Y tu pa como estas? A lo cual alcance apenas a balbucear alguna respuesta ininteligible. Me tocaba ahora seguirlas por el camino de bajada y volverlas a perder de vista.
Esto de andar ahora siguiendo a la manada en lugar de estar de líder en esto de la carrera era nuevo. O no tan nuevo, pero ahora claramente claro.
Eso me gano por correr con gacelas equipadas con propulsión a chorro.
Tuve la enorme tentación casi al llegar a la meta, de integrarme a una clase de Tai Chi de unas personitas de la tercera edad.
Pero las gacelas sintieron mis ganas de desertar y paniéndose a mis lados me obligaron a seguir corriendo hasta el final.
Cría gacelas y te sacarán la lengua corriendo!!
¡¡Buena semana!!
JOF
Anónimo
JaJaJa, que buen título!!!, que manera tan simpática de ver las cosas!! y que manera tan grata de exponer que el tiempo….. simplemente hace su tarea. Felicidades!.
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