Estaba llegando finalmente a la cita para sacar el pasaporte. La dirección estuvo complicada porque no tenía número la calle y Waze no jala sin números. El tráfico como siempre contribuyó al estrés y minutos antes de la dichosa cita, estaba yo entregando documentos en la ventanilla de recepción. La persona que me atendió fue pidiéndome documento tras documento hasta que me dijo: “Su CURP no está actualizado, que le impriman uno nuevo”. Yo no sabía que había que actualizar el CURP, según yo, seguía siendo el mismo, seguía habiendo nacido el mismo día y demás… Cuando le pregunté donde me podían imprimir el documento, me dijo «vaya ahí afuera y lo espero…»
Como buen capitalino que se respete, andaba ya mi mente girando a 1000. Obvio necesitaba mi pasaporte y mis demonios de prisa, de que no se fuera a complicar estaban sueltos, dando lata y retozando.
Llegué al toldo en donde sacaban las copias y estaba al mando el típico chavo de la UNAM, colita de caballo, panza chelera y barba de varios días.
Estaba atendiendo a una persona mayor y estaba esperando otra persona. Mis demonios gritaban a todo pulmón ¡¡¡Apurensen que vamos a perder la cita!!! El viejito le platicaba al joven que necesitaba su pasaporte porque estaba mal de una pierna y que recientemente le dolía el hombro… Se veía con muy pocas posibilidades económicas y le platicaba y platicaba al joven. Yo quería decirle al señor que estábamos formados para hacer trámites rá-pi-dos y que sus temas no nos importaban a nadie.

El joven lo escuchó, le explicó, le preguntó y le volvió a explicar. El señor estaba muy agradecido porque alguien lo había escuchado, porque milagrosamente le habían sacado una cita y le habían dado «el papel» para la misma.
Sacó unos billetes arrugados y le preguntó al joven que cuánto le debía.
El joven le dijo que así estaba bien, que no sería nada.
El viejo no entendía, ¿Como que nada, por supuesto que le quiero pagar, «Dígame cuanto es?»
Mi Don, hoy por usted, mañana por mí.
El señor seguía insistiendo.
«Señor, hay un Dios que todo lo ve, así que ya me tocará a mi alguna otra vez…»
Yo estaba con la boca abierta siendo testigo de un acto de misericordia increíble por este joven, que yo había juzgado muy rápido y muy mal.
El viejo finalmente cedió ante la amabilidad del joven y despidiéndose educadamente siguió con su vida.
El joven recibió rápido su recompensa con una gran propina por sacarme mi dichosa copia, pero yo recibí una preciosa lección de cariño y misericordia.
En medio de esta vida apurada, ajetreada y que nos hace concentrarnos aún más en sólo lo que nos interesa, nos sirve y nos ocupa, hay otros, muchos otros que necesitan en serio de nosotros. De una sonrisa, de una ayuda, de un consejo, de una llamada, de un abrazo.

Quedó mi día «sabiendo bonito» por lo que había pasado. Me había motivado a retribuirle al joven maestro, pero sobre todo me había abierto ese canal de estar pendiente no solo en mí, sino en el prójimo que tanta felicidad me produce.
Abrazo y te deseo un día en donde sonrías, abraces, llames y sirvas.
Jorge Oca