El papá de la novia estaba increíblemente feliz. Estaba a la mitad de la pista brincando, alzando los brazos y no podía contener una preciosa sonrisa y tanta felicidad. Su hija estaba radiante y él daba gracias a la vida y a Dios por estos momentos. Su chaqueta elegante de «papá de la novia» había quedado no sabía donde, su corbata también y desfajado, se estaba divirtiendo como pocas veces en su vida. Parecía que ese había liberado de tanto atavismo.

Uno de los invitados a la boda estaba en su mesa viendo el espectáculo. Casi con la boca abierta veía como en la pista el papá, sus amigos y sus hijos verdaderamente explotaban de gusto, de contento y de felicidad. Él estaba con los brazos cruzados, como inconscientemente reprobando “tanta falta de control”. Brincaban, se aventaban, se abrazaban y hasta se besaban. «Demasiada felicidad», opinaba el impecable invitado.
Otra invitada de la boda se limpiaba una lágrima de su bonita y maquillada cara. Era una de las mejores amigas de la novia y estaba muy contenta por ella. Sin embargo estaba triste. En una semana sería el aniversario luctuoso de su abuela querida. Ella había amado a su abuela por sobre todas las cosas y su recuerdo siempre la ponía muy triste. Sus amigas bailaban con sus novios, abrazaban a la novia y se la estaban pasando de maravilla. Ella movía de un lado para otro su cara y seguía enjugando sus lágrimas.
El papá de la novia no dejaba de sonreír, de brincar y de disfrutar. Parecía que se había desatado de muchas de las ataduras que luego tenemos. Se había liberado de sus diferentes “disfraces”. Del disfraz de su vestimenta, del disfraz de contener sus emociones, del disfraz de tener que comportarse de tal o cual manera. Esa libertad lo tenía increíblemente contento y disfrutando como pocas veces en su vida. No sólo nunca olvidaría este sentimiento, sino que muchos otros tampoco dejaríamos de recordar su felicidad.

El impecable invitado seguía contemplando tanta felicidad y liberación con incredulidad. En el fondo no podía creer lo que estaba viendo y por supuesto que le gustaría quitarse el saco, en una de esas la corbata y pasar durante algunos minutos brincando y sonriendo como lo estaban haciendo ya varias personas. Por supuesto que decía que era tema del dichoso alcohol. Pero no se hacía tonto. Era claro que la felicidad que se veía y se respiraba era algo mas profundo que unas cuantas copas de vino. Era la manifestación real de una combinación de gratitud, con felicidad, liberación y un buen toque de amor. ¡Qué deseo por sentir eso aunque fuese durante un rato pequeño! Como muchas otras veces, un no se qué, de hace no sé cuánto lo mantuvo anclado en sus diferentes disfraces, ataduras y no pudo liberarse y simplemente disfrutar.
La invitada que sufría y volvía a sufrir ya estaba hecha un desastre. Su maquillaje arruinado, su pareja ya bailaba con sus amigas y su sentimiento de tristeza y de víctima llegaba a niveles altos y habituales. Su «disfraz» estaba perfectamente anclado en ella y sus ataduras la tenían firmemente sujeta en la dichosa e incómoda silla.
Algo hizo que el papá de la novia volteara a ver a estos dos invitados en el mismo momento. Los tenía casi alineados y sin pensarlo dos veces, fue por ellos para traerlos a la pista. Por supuesto que hubo resistencia, forcejeos y jaloneos. Nada para el desatado anfitrión. No los soltó sino hasta que estaban brincando y riendo junto con él. Claro que le quitó el saco a su querido amigo y no dejó de mirar a la cara a la querida y bonita amiga de su hija.
«Hoy se trata de estar contentos. Se trata de festejar, de agradecer, de bailar y de ser felices».
«No se trata de sólo mirar, ni de lamentarse, ni de pensar en el pasado, ni en alguna de todas las tristezas que se les puedan ocurrir. Bailen conmigo».
Y así los restantes invitados vieron como dos hombres sin saco y una joven sin maquillaje bailaban cada vez mas intensamente. La liberación había iniciado.

Un fuerte y cariñoso abrazo al papá de la novia. Me ha dado una lección de vida que espero nunca olvidar. Liberarme, gozar, abrazar, besar, agradecer y disfrutar.
Abrazo queridos,
Jorge Oca