A Ramiro le encantaba ir a pescar. El mar, el amanecer y los diferentes animales que veía en las salidas le encantaban. No solo aprendía algo nuevo cada vez que salía, sino que el mar tenía un efecto de calmarlo y de permitirle salirse de sus múltiples pendientes y temas por resolver.
Esta vez, no había logrado que nadie lo acompañara. Uno por uno le fueron dando pretextos para no ir a la dichosa pesca. En cierto sentido, tenían razón. Eran muchas horas de sol, de movimiento a veces intenso y para muchos, terriblemente aburrido.

Ramiro rentó la lancha para pescar y justo de madrugada se embarcó en el pequeño puerto de pescadores. Desde que salió no dejó de disfrutar todo lo que veía y sucedía. El amanecer estuvo muy padre y justo saliendo por la bahía pudo ver un par de ballenas que comían plácidamente. Siempre le maravillaba el tamaño y majestuosidad de esos animales. Ramiro tenía en su mente dos objetivos: pescar varios atunes grandes y con mucha suerte, un marlin. A la fecha no había logrado sacar uno de estos increíbles animales.
Había preparado con cuidado su pesca. La luna estaba casi nueva, así que según su reporte de fechas para buena pesca, estaba en uno de los mejores días. Había escogido al capitán de la pequeña lancha, era un apasionado y experto en la pesca. Llevaban carnada viva y había reportes de que los atunes estarían a tan solo 25 o 30 millas de la costa.
El buen Ramiro estaba encantado. El mar no estaba precisamente calmado, pero eso no le importó. Disfrutaba del momento tal cual era. El capitán navegó primero despacio y luego algo rápido. Curiosamente a Ramiro – que era bastante controlador – no le importó, soltó el cuerpo y fue de alguna manera disfrutando cada momento y “pensando” como el capitán. “No hay gaviotas por aquí así que la mancha debe estar mas lejos” o “No vale la pena quedarse por aquí”. Ramiro se dio cuenta de que no luchaba contra cosas que no podía cambiar. Las olas existían, las gaviotas no marcaban que hubieran peces cerca, había que seguir buscando.

Pero paralelo a la búsqueda de la pesca, Ramiro estaba disfrutando en serio del día. Unas tortugas por ahí, unos delfines por allá, la increíble inmensidad del mar y el disfrutar de esos momentos a plenitud.
Se dio cuenta perfectamente de como su mente andaba por un lado disfrutando inmensamente y por el otro como que estaba “atacando” al momento con pensamientos negativos. “Ya no hay señal de celular y esta lacha está demasiado pequeña… y ¿si nos descomponemos?”. “Esta lancha que viene a toda prisa va a decirnos que nos salgamos de su zona de pesca ilegal – cimbras – y ¿si se ponen agresivos?». “¿Y si no pescamos nada y solo hacemos el canelo y gasté mi dinero y mi día como verdadero looser?”
Sin embargo, de alguna manera, fueron ataques pedorros que no lograron sacarlo de su presente que estaba siendo plácido, a gusto, tranquilo, disfrutador y demás. Ramiro estaba contento con el momento y mas consigo mismo al darse cuenta de que había logrado entrar en un estado de disfrute que parecía no terminar. Pensó en que eso debía ser el famoso Mindfullness en donde se logra tener a la mente en el momento y no en el pasado o en el futuro.
Luchó como los grandes por seguir en ese trance delicioso. Fue duro cuando empezó a sonar el teléfono y cuando la mente comenzó con sus embates por sacarlo de ese estado. Una parte de la mente estaba disfrutando al máximo de esos momentos, pero otra parte estaba acostumbrada a los pendientes, a las preocupaciones, a los planes y a todos esos químicos que vienen con esos pensamientos. «¿Seré adicto a esos químicos de mi cuerpo?» se preguntaba Ramiro. Seguramente que si. Pero ahora había descubierto sin querer queriendo, un nuevo estado mental y emocional que buscaría tener mucho, pero mucho mas seguido.
Quería “seguir en su lancha”. Quería seguir disfrutando del momento, sin pensar por supuesto en tantas cosas que solo lograban estropear su posible disfrute.
Su nuevo propósito era «no bajarse de su lancha» en todo lo que hiciera. En el trabajo, en su casa, mientras se bañaba y en dondequiera que estuviera. Como escucharía alguna vez de Joe Dispenza, le diría a su mente en esos momentos : » Staaaaaayyyy» ( Quiiieeeetaaaaaa…)
Buena suerte al buen Ramiro y a todos nosotros en este objetivo de vivir disfrutando de nuestros diferentes momentos “en nuestras lanchas”.
P.D. El buen Ramiro hasta sacó un par de Dorados que luego le prepararían y disfrutaría mucho.

Buena semana amigos.
Jorge Oca
Anónimo
UN ABRAZO MI QUERIDO OCA (O RAMIRO??)
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