Estábamos en la posada de Casa para Niños del Pacífico disfrutando de las tradicionales pastorelas navideñas. Siempre es un gusto ver a los pequeños hacer las tradicionales pastorelas en donde los ángeles y diablitos se pelean por salvar o echar a perder el tradicional Espíritu Navideño.
Le tocó el turno a los más pequeños y nos tocó disfrutar de unos bailables sensacionales. Estaban los chiquitos de unos 6 o 7 años disfrazados con mallas rojas y moños en la cabeza y bailaban y giraban totalmente quitados de la pena. Estaban todos y todas flaquitos, sonreían de oreja a oreja y la estaban pasando realmente bien.
Sentí un nudo en la garganta y pude ver a muchos que veíamos el show como nos emocionábamos de verdad.
Frente a nosotros veíamos a niños y niñas completamente inocentes. No tenían todavía los sentimientos negativos que habíamos adquirido todos los grandes, todos los adultos o «maduros» que los estábamos viendo y aplaudiendo.
No tenían envidia, ni celos todavía. Ni rencores, miedos grandes ni frustraciones o complejos mayores. Bailaban alegremente, sonreían y la estaban pasando super.
¿Qué carambas nos ha pasado en la vida? ¿Cómo es que ese niño, esa niña que vivía y bailaba libre y abiertamente en nosotros, ahora esta por ahí encerrada bajo capas y mas capas de de no se qué.
Este mundo se ha encargado de programarnos y reprogramarnos de acuerdo a sus intereses. Ese verdadero yo de cada uno está encerrado por ahi y no logra salir.
Ese brillo que tenían los niños en los ojos al bailar ha dejado de hacerlo en muchos de los adultos. Ha dejado de brillar en muchos de nosotros.
Somos sin duda una mezcla maravillosa de perfecciones e imperfecciones. Esa mezcla nos define. Debiéramos aceptarnos y abrazarnos tal cual somos. Dejando salir a ese verdadero yo. A ese niño o niña que algún día bailaba tal cual era.
Muchos soltamos algunas lágrimas esa tarde cuando vimos y sentimos a los niños. Eran lágrimas mas que por ellos, por nosotros mismos. Por ese yo que hace tanto que no sale. Que no baila tal cual es. Que ha estado oculto y amarrado durante tantos años. ¡Qué gran pena y que gran desperdicio!
Un abrazo.
Jorge Ocaranza Freyria