El mendigo y el Faraón.

El sacerdote estaba emocionado. El Faraón, Ramsés III había muerto y él era el encargado de que los ritos funerarios se llevaran a cabo de una manera precisa. Ahmed era parte de una familia que había tenido desde hace muchas generaciones la encomienda de esta parte fundamental en el paso de los Faraones de esta vida a la siguiente.

Años de preparación rigurosa, de ejercicios y de ensayos. El Faraón terminaría mañana sus 72 días de haber iniciada su preparación. Las sales del oeste del Nilo habían prácticamente retirado toda el agua de su cuerpo. El sol y lo seco del ambiente habían terminado de lograr el proceso inicial de momificación. 

Su tumba había sido terminada a tiempo y miles de ofrendas y enseres para la vida en el más allá habían ya sido depositados en las cámaras de la tumba, a mas de 150 metros de profundidad.

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Los contenedores para su cuerpo, primero de oro, luego de piedra profusamente labradas estaban listas para recibir al cuerpo. Años y años de trabajo de miles de hombres habían sido necesarios para construir la tumba y todo lo que iría dentro de ella.

Dos días después, el sacerdote terminaría las oraciones y bendiciones y una gran comitiva llevarían el cuerpo del Faraón a su lugar de descanso final.

En el lugar del eterno descanso, llegaban casi al mismo tiempo dos almas. Una gran coincidencia que llegaran a su destino final en el mismo instante.

Primero pasaría la primera que llegó y presentándose «en recepción», dijo con voz clara y fuerte : «He aquí el alma de un pobre pordiosero que vivía en las calles de Luxor. Tuve una vida difícil, complicada, pero me presento con orgullo y dignidad. Viví plenamente y cuando pude, ayudé a quienes lo necesitaron.»

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Se escuchó entonces una voz potente que decía «Pasa, hijo querido, bienvenido a la eternidad.» 

Después pasó Ramsés III y se presentó con voz algo temerosa: «He aquí el alma de un Faraón. Dueño y Señor del alto y bajo Egipto. Millones de hombres y mujeres me rindieron obediencia y hasta culto. Tuve una vida difícil y complicada, pero me presento con orgullo y dignidad. Viví plenamente y muy preocupado por poder llegar a la vida eterna.»

Después de unos segundos se volvió a escuchar la voz potente: «Pasa hijo querido, bienvenido a la eternidad.»

Moraleja…

¡Abrazo equipo!

Jorge Oca

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