Érase una vez un Universo. En ese Universo existía un Dios. Ese Dios resulta que era amoroso, poderoso y su debilidad máxima eran sus hijos. Decide hacerlos a su imagen y semejanza. Decide darles libertad. Decide respetarles su voluntad. Los pone en un paraíso increíble solo para ellos. Ellos deciden no hacer la voluntad de su Padre y hacer la de ellos. Los sacan del paraíso. Ellos siguen contraviniendo la voluntad del Padre. El Padre los perdona una y mil veces y hasta manda a su Hijo a que dé la vida por ellos y les perdone tantísimas contrariedades pasadas, presentes y futuras.
Imagínate por un momento que tú eres ese Dios amoroso, que tiene a sus hijos en ese planeta. Les has regalado una naturaleza extraordinaria. Les has permitido que dominen, co-creen y que sigan haciendo su voluntad.
Imagínate que como padre amoroso, esperas que por ahí de repente te agradezcan tantas bendiciones. A cada uno le has llenado de dones y de talentos. Mentes brillantes, corazones muy amorosos y espíritus profundos.
Hete ahí sentado en tu trono celestial y ves como muy pocos “te pelan”. Demasiado pocos te agradecen por todo lo que has hecho y haces cada dia. Por mas que te esfuerzas en amaneceres y anocheceres brutales, ellos siguen con su loca carrera. Les mandas mensajes, avisos y digamos de alguna manera llamadas de atención. Nada sucede.
Se comportan como jóvenes caprichosos y engreídos dilapidando su herencia miserablemente.
En ese mundo, los padres terrenales hemos logrado también echar a perder a nuestros hijos. Nos hemos preocupado por darles todo y más. Sobre todo cuestiones materiales. Se han convertido – en general – en seres egoístas, materialistas y poco amorosos. Probablemente nos ha faltado enseñarles que los recursos económicos finalmente no es lo que los hará realmente felices. Saben que en lo que hoy se han convertido, no es lo que realmente son en el fondo. Eso los mantiene en una depresión medio latente y medio real durante muchos años en sus vidas. Después de años, comprueban que la felicidad no se obtiene con dinero o bienes, o juguetes caros. Un día alguien por ahí se da cuenta de que la verdadera felicidad se encuentra cuando sirves, cuando atiendes, ayudas o cuando amas a alguien. Es correcto – el dar es mucho mejor que el recibir – . Ahí es donde nuestra esencia de hijos del Dios amoroso surge y brilla. Ahí es cuando somos durante instantes como lo que verdaderamente podemos ser. Como a lo que estamos destinados a ser. Como lo que somos.
Afortunadamente, ese Dios amoroso y poderoso piensa diferente a nosotros y sigue esperando que nos acerquemos a Él. Sigue esperando a que agradezcamos como buenos hijos educados y conscientes, tantísimas cosas que nos regala y que nos presta. Sigue esperando que saquemos ese “Linaje Divino” a flote y que hagamos y nos dediquemos a lo que fuimos creados a hacer y a lograr. Sigue creyendo en cada uno de sus hijos queridos. Sigue muy cerca de ellos, a pesar de todo. Finalmente Es un Gran Padre.
En ese dichoso planeta, de ese Universo paralelo, hay un pseudo escritor que podría haber hecho unas preguntas en su disque blog …
¿Neta, qué tan agradecido eres?
¿Que tanto te comportas como un adolescente caprichoso y engreído? ¿Con Él y con los demás?
¿No sería buen momento para apreciar de corazón al Padre Amoroso y atesorarlo?
¿Convertirte en lo que realmente eres?
¿Decidir llevar una vida feliz?
Así, el buen Oca, terminó su meditación para él y con un sentimiento diferente de paz y esperanza se dispuso a seguir en la batalla.
Saludos,
Jorge Ocaranza Freyria
Anónimo
Que buena reflexion que nos ayuda a entender la misericordia de Dios para con nosotros y ser agradecido col él y nuestro progimo.
Gracias Ingeniero por el mensaje.
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