Reovanna tenía casi dos años y era una niña muy especial. Le encantaba jugar, le encantaba aprender y le encantaba tener contacto con todos. Era una niña realmente feliz. Disfrutaba del momento. No juzgaba a nadie. Compartía y le gustaba su propia risa.

Cuando cumplió 10 años, su padre le rompió el corazón por quinta vez. La regañó frente a sus amigas cuando cortaba el pastel y había sido muy grosera con su hermana gemela. La odiaba porque siempre estaba contenta, porque sus papás no la querían como a sus hermanos y la verdad, a sus primos. Geo ya era una niña envidiosa, egoísta y muy selecta para con quién compartía sus cosas. No necesariamente era esa bebé feliz y rozagante.

Cuando cumplió 21 años, Geo era bastante complicada en su manera de ser. Su tercer novio la había cortado y su círculo de amigas era muy pequeño y pedorro. Le decían seguido que su energía atraía a gente no necesariamente ligera, amable y feliz.
Geo no había aprendido a soltar lo que le iba ocurriendo en la vida. Lo guardaba, lo masticaba y lo volvía a guardar. Parecía que dentro, tenía guardada una cantidad terrible de eventos dolorosos y no hacía nada por dejarlos salir. Se podía acordar perfecto de muchos sucesos desagradables que le habían ocurrido a ella desde que tenía uso de razón. La vida era complicada. El mundo era complicado. El Dios tenía sin duda sus preferencias y ella, claramente no era una de ellas.
A los 36 años, con dos hijos, Reo era una bomba a punto de explotar. Nadie la ayudaba, nadie la entendía, nadie la escuchaba; nadie la quería. Estaba exhausta y adicta a los químicos que su cuerpo secretaba cuando se preocupaba, se lamentaba, juzgaba o simplemente pensaba.
Seguía acumulando día a día temas y más temas. Que si no le contestaban sus mensajitos como ella quería, que si no le hablaban, que si el de adelante manejaba pésimo, que si su marido estaba contento, que si sus amigas…, que si sus hermanos… que si su Dios…

A los 57 años entró en su tercera etapa de ansiedad y depresión Primero había sido la ansiedad, luego la depresión. Las bodegas de su mente y de su corazón ya no podían guardar un céntimo más de energía negativa y hacían lo indecible por sacarla.
Reo estaba a punto de no poder guardar, retener un miligramo más y todo parecía a punto de explotar una vez más. Las consecuencias serían las conocidas; su mente haría su acostumbrado corto circuito, su corazón también y todo su cuerpo entraría en una fase de caos comatoso. Internamiento, medicamento y de ser posible resurgimiento.

El tema sería de nuevo si Reo lograba soltar, limpiar, dejar ir… Ya vivía sola. Estaba sola, aunque la verdad su mente no la dejaba ni un segundo libre. No la dejaba sonreír. No la dejaba soñar. Era esclava de sí misma. Su nombre le recordaba de quién era. Tenía un ancla demasiado pesada.
Pita era la hermana gemela. Veía cómo se aproximaba la nueva tempestad. Desde pequeña, Pita había entendido que su hermana era infeliz porque no soltaba lo que le sucedía. Entendió temprano que se tomaba muy a pecho lo que los demás hacían y se complicaba la vida solita. Cuando pasaba algo importante, Pita aprendió a sentirlo, acomodarlo y soltarlo.
Le gustaba ir ligera por la vida sin andar acordándose de todo lo que los demás le habían hecho. O lo que la vida «le debía». Se dio cuenta de que en verdad valía la pena vivir contenta, agradecida y reconociendo todo lo que sí tenía. Esa energía con la que había aprendido a vivir y a crear desde pequeña la convirtió en alguien que atraía muy buenas amigas y amigos. Se le veía muy guapa, muy alegre y muy inteligente.
Ella pensaba que mas bien era sabiduría, no tanto inteligencia. De paso fue muy abundante en la vida. Siempre de lugares de donde no se lo esperaba. Parecía como si su Dios estuviera junto a ella todo el camino. Ella sabía más bien que era ella la que no se le había despegado.

Le seguía pidiendo que la ayudara a soltar de la mejor manera todo lo que le sucediera. Le pedía que la ayudara a agradecer todo lo que tenía y a pedir que estuviera cerca de ella cuando los vientos arreciaran.
Te abrazo y deseo que las bodegas de tu mente y de tu corazón se vacíen y te liberes de tanta carga. Te deseo que el espíritu de Pita te acompañe y que el de Reo te abandone. La batalla está puesta, aunque el que suelta, ni le entra a la lucha…

Jorge Oca